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TROSKOKIRCHNERISMO. La violencia política fue justificada por la oposición destructiva. |
La
tradición populista en el peronismo logró instalar el discurso mítico que todavía subyuga a
parte de su dirigencia. Aunque divorciado de la realidad y sin una apoyatura
científica que lo avale, adquiere forma de dogma infalible. Veamos algunos enunciados.
“El peronismo es un
movimiento nacional”.
Con Perón vivo -durante la guerra fría- la organización movimientista
antiliberal fue preferida a la partidaria democrática. Esto le convenía al
Líder que juntaba todo y los conducía a todos, de izquierda a derecha. Pero con
Perón muerto y en la era de la globalización, con la democracia consolidada, el
movimientismo es un artículo de museo que sólo sirve para endiosar al populismo
antidemocrático y postergar la actualización teórica que fundamente la
definitiva institucionalización del justicialismo.
“El movimiento obrero
es la columna vertebral del peronismo”. Fue relativamente posible hasta 1999. Luego el
sindicalismo de extracción peronista hizo su propio juego. Actualmente existen varias
facciones sindicales autónomas del peronismo institucional. Por tanto, este enunciado es una falacia.
“Los días más felices fueron peronistas”. En el primer
peronismo (1943-1945) los derechos sociales otorgados lograron un estímulo
progresivo en los sectores de bajos ingresos. El segundo peronismo (1973-1976) fracasó
y le abrió las puertas al golpismo más sanguinario de la historia. El gobierno
de Menem (1989-1999) fue controversial en muchos aspectos y dejó un tendal de
pobres y desocupados. La década larga kirchnerista (2003-2015) tuvo una primera
etapa de crecimiento fenomenal y los últimos ocho años de CFK se sostuvieron
con subsidios a granel y la coronación de 30% de pobres como herencia, junto
con un sistema de corrupción escandaloso. ¿De qué días felices hablan? Sin
dudas, serán los días prósperos de la oligarquía populista que se enriqueció en
nombre de los pobres, de Perón y de Evita.
“El peronismo no es
un partido político”. La nula vocación republicana del kirchnerismo hegemónico dejó
al descubierto una falencia vergonzosa. En 1983 la Argentina recuperó el Estado
de Derecho. El peronismo, luego de su primera derrota electoral, alcanzó a
institucionalizarse mediante un proceso de renovación exitosa. La
Administración Menem consolidó la democracia, reformó la Constitución Nacional
y desmontó los últimos resabios del partido militar golpista. Las instituciones
de la democracia funcionaron con claroscuros. Pero con el kirchnerismo el
retroceso institucional ha sido espantoso. El Partido Justicialista no escapó a
ello y su agonía presente denota un daño irreversible. Para salir del
atolladero necesita un Adolfo Suárez, no un Hugo Chávez.
“El peronismo es el
único que puede gobernar”. Mientras permanezcan arraigadas las creencias dogmáticas
populistas y el grueso de la dirigencia justicialista renuncie a partidizar al
peronismo, continuarán imponiéndose las maniobras golpistas de quienes se
creyeron dueños del país cuando gobernaron y al caer derrotados por la soberanía
popular procuran el derrocamiento de los legítimos gobernantes, ejerciendo una
oposición destructiva. Funcionales a los kirchneristas son los sindicalistas
acorralados por la Justicia. Pero la conciencia democrática de la sociedad
civil colabora con el desarrollo triunfante de la gobernabilidad. Dos victorias
electorales consecutivas del oficialismo confirman nuestra hipótesis.
“Si nos unimos todos
los peronistas, ganamos en 2019”. La subestimación de la sociedad civil es una
de las torpezas más elocuentes de los kirchneristas derrotados, que maniobran
en nombre de la “unidad” del Partido Justicialista, al que degradaron durante
12 años y que en las elecciones legislativas de 2017 condenaron al 5% de los
votos en la Provincia de Buenos Aires. Hallamos peronistas en Cambiemos, el Frente
Renovador, Unidad Ciudadana y el sindicalismo. Cada uno por su lado ha
construido su espacio específico. Sumar en política no es amontonar dirigentes,
sino interpretar la realidad de una época, construir liderazgos competitivos y proponer
una agenda superadora. La Argentina de 2015 dio un giro republicano, se produjo
un cambio de época y emergieron dos liderazgos no peronistas que generan
expectativas populares: Mauricio Macri y María Eugenia Vidal. Varios
gobernadores justicialistas comprendieron los hechos y se dedicaron a
fortalecer la gobernabilidad. Sin embargo, en Buenos Aires avanza la
conurbanización política y faltan respuestas similares a las de los
gobernadores con eje en el Senado y la conducción de Miguel Ángel Pichetto. En este contexto, la mentada “unidad” es otra
falacia. El gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, ha sido contundente: “No se puede construir la unidad del
peronismo con Cristina Kirchner, hay barreras infranqueables”.
Una
de esas barreras infranqueables es el discurso mítico, mezcla de revisionismo histórico,
gramscismo al baño María y pobrismo populista, que le da contenido falso a una
oposición destructiva, alejada de los mecanismos constitucionales, y
justificadora de la violencia política como ocurrió con el ataque golpista al
Congreso de la Nación durante el debate de la reforma previsional.
Así,
discurso mítico y mentira son sinónimos.
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