Uno de los
datos definitorios de la cultura que va
imponiéndose globalmente es la negación del concepto y la
realidad de la naturaleza. Esta negación es de carácter metafísico, con una proyección
inmediata en la antropología, en la concepción del hombre. El Diccionario de la Real Academia nos ilustra
así: la naturaleza es «la esencia y propiedad característica de cada ser».
Según la nueva visión de las cosas, no hay nada que sea dado, lo recibido,
aquello que nosotros no construimos y que constituye la identidad nativa de
cuanto existe. Precisamente, se llama constructivismo la teoría gnoseológica y
sociológica que afirma que la realidad -incluso el ser humano en su original
bipolaridad de varón y mujer- es producto de la evolución de la cultura, del
ingenio y la industria del hombre. En términos teológicos
equivale a la negación de la Creación, es una rebelión contra ella,
no recibimos nada, ya que todo es fruto del devenir histórico; lo hacemos
nosotros.
El ejemplo más claro de esta posición es la ideología de género, que altera íntimamente la realidad
humana; de acuerdo con esta ficción ideológica en la que culmina la revolución sexual
desarrollada en las últimas décadas y acelerada recientemente, no existe una
naturaleza de la persona varón y una naturaleza de la persona mujer. La famosa
feminista Simone de Beauvoir, en su libro «El segundo sexo», afirma que «mujer
no se nace, se hace»; más aún, según ella, la mujer sería un «producto
intermedio entre el macho y el castrado».
El reemplazo de «sexo» por «género» se ha hecho corriente en el
lenguaje, sobre
todo por influjo de un periodismo ignaro e
ideologizado, y por quienes repiten como loros lo que se pone
de moda. Paradójicamente, en una época en la cual se diviniza al cuerpo y se le
rinde culto, también se lo desprecia y contradice; la realidad biológica
impresa en el cuerpo sería inconsistente. El género se elige según
la inclinación subjetiva y el cuerpo es acomodado a la percepción interior mediante
cirugía o ingesta de hormonas. Puede verse en internet un caso en el cual la
confusión llega a un extremo irrisorio -mueve más bien a llanto que a risa- un
hombre, que es en realidad una mujer, embarazado por una mujer, que en realidad
es un hombre. La exhibición filmada de conductas contra la naturaleza alcanza
un grado de perversión sorprendente para las personas normales en lo que se
llama «fisting»; por delicadeza me abstengo de explicar en qué consiste.
El «colectivo» que reúne a
personas cuyas conductas son hechas públicas y reivindicadas como derechos, intenta que se reconozcan como naturales y legítimas múltiples
combinaciones caprichosas en nombre de la no
discriminación. Cabe aquí una digresión sobre este punto. El verbo
«discriminar» tiene dos sentidos. El primero es positivo: «separar, distinguir,
diferenciar una cosa de otra»; al discriminar no se infiere agravio ni trato de
inferioridad a nadie; no es posible pensar ni hablar sin discriminar. El
segundo sentido designa una actitud inaceptable, ya que todas las personas
merecen ser respetadas, no deben ser víctimas de desprecio y exclusión.
Los cristianos hemos de
rezar y hacer objeto de nuestro amor a quienes han sido absorbidos por la
manera de pensar y de vivir «contra naturam». Ahora bien, quienes niegan que
exista la categoría de lo natural, suelen acusar falazmente de
discriminadores a quienes afirman que existe una naturaleza humana de
la cual se siguen determinados comportamientos objetivos, que son los
propiamente humanos. El INADI funciona según este lamentable criterio. Quienes
profesan la ideología de género discriminan malamente a la única discriminación
válida en este ámbito, la que establece la distinción original recogida en las
primeras páginas de la Biblia: «Dios creó al ser humano a su imagen.. varón y
mujer los creó» (Génesis 1, 27). La Sagrada Escritura
asume un dato del sentido común: el varón, «ish» en hebreo, es
para la mujer, «ishshá», y viceversa (Génesis 2, 18. 21-25); sus cuerpos
ajustan el uno en el otro, y también sus almas.
Como ya se ha indicado, de
la naturaleza proceden los comportamientos acordes, que configuran un orden
propiamente humano, del que se siguen la ley natural y el derecho natural, que
ha sido expuesto por eminentes juristas. Que muchas personas
incurran en comportamientos antinaturales, no invalida la realidad objetiva.
Para ser concretos, estas afirmaciones que son -como se ha dicho- de dimensión
metafísica, caben en un argumento muy sencillo e irrefutable: el miembro viril
no ha sido hecho para introducirse en el ano de otro varón, y para ser
succionado por este; si tal cosa ocurre se frustra su finalidad, pues el semen,
poblado de millones de semillas de vida, tiene por destino la vagina de la
mujer. Así puede juzgarse de otras combinaciones antinaturales. Las conductas
que encuentran sentido como expresión física del amor se degradan en la
búsqueda prevalente de un placer egoísta, que Freud calificó acertadamente de
perverso e impúdico.
La propaganda gay es apabullante y va trastornando el cerebro de
multitudes, de jóvenes especialmente, que suelen razonar así: «yo no lo hago, personalmente
no me gusta, pero cada uno es libre de vivir como le parece; si les gusta, para
ellos es bueno». El relativismo y el subjetivismo dominan en una especie de
moral existencialista e individualista, ajena a la dimensión social del ser
humano. El favor oficial promueve estas nuevas
orientaciones culturales. El presidente de la Nación,
hablando en una reunión de mujeres del G20 se jactó de haber habilitado el
debate sobre la legalización del aborto, y afirmó que en la Argentina «rige
transversalmente la perspectiva de género». Con todo respeto: es probable que
no sepa bien de qué se trata. La perspectiva es una manera de ver o
representarse las cosas desde un punto; en cambio, el discurso sobre el género
es una ideología, un conjunto completo de afirmaciones que pretende interpretar
reductivamente toda la realidad humana, y que reemplaza las nociones de
naturaleza y de sexo. No me pasó inadvertido este detalle: para la reciente
elección, la propaganda del partido o alianza oficial exhibía, subrayando el
nombre de la agrupación, una franja con los colores del arco iris. ¿Un alarde
de exquisitez estética, o un pícaro guiño al sector del electorado que enarbola
esos colores como bandera?.Otra ridiculez de la
política argentina: la izquierda asume las reivindicaciones de la burguesía,
¿sabrán qué piensan los pobres?
Los medios de comunicación son un factor principal en el intento
de cambiar la mentalidad de la gente, a pesar de que el uso anárquico de «las redes» altera
un tanto el panorama, para bien y para mal. Otras conductas destructivas son
difundidas elogiosamente, como si fueran lo normal, lo que ahora se acostumbra,
lo natural. Por ejemplo, se exponen a la curiosidad pública, con lujo de
detalles y actualización permanente, los amoríos fugaces de gente de la
farándula. Basta desplegar la Sección Espectáculos de
algunos diarios, o conectarse con el demonio de la mañana que anda suelto en un
canal de televisión.
Otro de los principales
responsables: el showman con probables posibilidades políticas, que también
exhibe en el espectáculo la vida privada de sus bailarines, y promueve entre
ellos superficiales emparejamientos; que semejante engendro tenga buen «rating»
mide hasta qué nivel hemos caído. No voy a acudir, para explicar este amplio
fenómeno, a una teoría de la conspiración, pero -insisto- tales hechos revelan la dimensión de la decadencia cultural
en la que se ha precipitado nuestra sociedad. Si argumentamos
que también ocurre en otros lugares, podríamos aplicarnos el refrán: «mal de
muchos, consuelo de tontos».
Por
fortuna, gracias a Dios, queda gente que se
sobrepone a semejante desmadre. La naturaleza vuelve por sus
fueros, como en algunos casos de hombres convertidos en mujeres, a fuerza de
aplicaciones hormonales; con el tiempo asoman pertinazmente rasgos de la
virilidad. Así también, no se podrá abolir totalmente la realidad; muchas familias «normales» -padre, madre, hijos,
matrimonios que duran para siempre-. en silencio, no sin
luchas, van edificando el futuro de una sociedad digna de la condición humana.
Finalmente, remito a los
lectores a mi artículo «Su dios es el vientre»,
publicado en InfoCatólica el 22 de mayo pasado,
del cual esta nota es continuación y complemento. Aunque todavía queda mucho
por decir.
+ Héctor Aguer, arzobispo emérito de La
Plata
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